Multiplicación del cielo

Por Tatiana Oroño
Poeta y profesora de literatura
Comunicación hecha en el encuentro literario sobre “Cielos entornados y lo político” , Fundación Vivian Trías
(junio, 2019)

“Cielo, cielito y más cielo/ Cielito del corazón/ […]”
Bartolomé Hidalgo (1816)

Lo visual -su atmósfera- filtra en los intersticios textuales. Esa es la materia de estos Cielos. (Y es así casi diría como debe ser, originalmente, desde que la carga connotativa de la entidad “cielo” deviene de su exposición a la percepción visual.)

Dicho esto, queda todo por decir.

Estos Cielos entornados giran en torno a esa voluntad de intervención, expansión, interpretación de aquello que discurre en las imágenes y de la, acaso, voluntad de comunión [1] del verso en la viva sombra de ellas.

Me pregunto qué es lo que discurre en las imágenes.

Ante todo, a mi modo de ver, el discurso gráfico de Raquel Barboza va componiendo un mundo entrevisto de figuras humanas ensombrecidas o sombrías, esquivas a una lectura directa. En sus distintas realizaciones la percepción del mundo social es lateral, desplazada (“entornada”) por una gestalt que boceta fisonomías herméticas investidas de cierto hieratismo, en atmósferas enigmáticas, pesantes. La extraordinaria soltura gestual de la línea expresiva y del dibujo -sus manchas y veladuras- permite la composición de un universo de incomunicación humana en atmósferas brumosas (y hasta ominosas) que es muy, pero muy, sugerente.

¿Qué es lo que le dicen a Ricardo Pallares estas realizaciones visuales?

La primera imagen -una mancha abstracta con expansión hacia dos zonas rojas sobre un juego de líneas en tensión-, le sugiere al escritor la visión de un pájaro, nuncio de la condenación de los pájaros, inermes como los niños en guerra fragmentados. Emerge desde el principio la denuncia de un mal globalizado -la guerra- condenada en su faz más inicua: la destrucción de seres inocentes como pájaros y niños. Niños que serán en el último texto evocados por el oxímoron, y una vez más como sujetos hambreados, sacrificados por el hambre: niños huesudos llenos de hambre. Hay aún otros males de índole mundial mentados por los versos, como esos préstamos que lavan el dinero, y aún otros más, portadores de cierta actualidad regional acaso siniestra: un transparente misil/ […]/ enredo submarino/ […]. Y después, hay otros asuntos domésticos o locales que merecen también la denuncia: Pallares se mete con discursos oficiales, mediáticos y de poder. En la página 77 se presenta una -en rigor- “naturaleza muerta”: jaula que parece encerrar otra jaula pequeña y vacía junto a objetos sin objeto (un zapato, una caja cerrada, un libro abierto cubiertos por un velo de indefinible naturaleza traslúcida o polvorienta). Es uno de los últimos dibujos y motiva estos versos: jaulón, jaulitas, corrales y cánones/ premios y salones nacionales […]. Esa manifiesta disconformidad con la distribución del poder -se entiende que autoritaria y con propósito de inmovilidad social- en el área de la cultura, concierne a la dimensión política que la poiesis de Pallares textualiza. En ese mismo orden se lee el texto referido a los carnavalitos nacionales. Un texto más que burlón, sarcástico.

Hay un punto en que las dimensiones global y local de la denuncia, coinciden: en el insufrible poder de control que se ejerce sobre la persona, sobre el sujeto sujetado por el mundo inquisidor [que] siempre nos mira, así como también por el acoso cibernético que es abordado en la última composición literaria a través del íncipit rogatorio: Stalkéanos señor, stalkéanos […]. El neologismo verbal me obligó a “googlear” el vocablo que, averigüé, proviene del inglés “To stalk”. Interesante opción la de Pallares, puesto que en ella creo advertir una apuesta irónica. Se trataría de un juego de paronomasias basado en dos posibles asociaciones fonéticas que permitirían “leer” (siempre salteándonos la vocalización del fonema “ele”, como lo hacemos frecuentemente al pronunciar vocablos ingleses usuales como es el caso del verbo “To talk”): “estaquéanos, señor”, o “estoquéanos, señor” en caso de seguir la fonética original de la lengua inglesa. En cualquiera de los dos casos, el verbo se puebla de imprevistas e inquietantes connotaciones.
Aún queda algo central pendiente y es la referencia al paratexto titular: Cielos entornados. En mi umbral receptivo estos Cielos contemporáneos citan, voluntariamente o no, aquellos Cielitos y Diálogos patrióticos (¿acaso esta obra no es ella misma obra del diálogo?) del fundador de la gauchesca rioplatense que cité en el epígrafe. Pero también colectan, estos Cielos, algún apagado destello de aquella obra del místico Swedenborg, tan influyente en la modernidad, Heaven and Hell, que en el latín de su edición príncipe tenía un título más extenso. En aquel libro, como en esta propuesta, jugaba fuerte el principio de espiritualidad. Cielo y cielos son leit motiv de este libro. “Cielo”, en tanto imagen simbólica, aparece y reaparece en el volumen en diversas formulaciones, las más de las veces como señal o presagio de indeseada adversidad. Es así que abrirse quiere el cielo -una excepción en el tono de las demás formulaciones- es estribillo de la composición de la página 19 dando cuenta de la pulsión de vida que recorre la producción. El resto de los versos que transcribo justifican la opción del título de la obra. A saber: hasta en el cielo hay parcelas/ láminas/ que no reconocen su armazón/ primorosa (23); amargo cielo de clausuras (31); cielo desflorado y violento (35), ricos pechugones que tienen a los cielos entornados (67); cielos clausurados (79). Si se recorre esta enumeración podría decirse que toda la obra es requisitoria contra quienes -fuerzas, poderes- quiebran o destruyen la pureza original del cielo y su don natural de apertura.

Al igual que el vocablo todo -sustantivado como el todo- a menudo reiterado, cielo/cielos señala hacia lo deseado inalcanzable, pregona el deseo de lo que resulta por factores adversos de distinta índole, inalcanzable. Por eso pensé desde el principio que el libro podría haberse titulado Abrirse quiere el cielo. Y -a pesar de las muchas pruebas que me demuestran la pertinencia del título elegido- sigo, no digo pensando pero sí añorando, aquel otro título imaginario sobre todo porque creo que, en su textualidad, este es un libro movido, impulsado, por el deseo.

1 “[…]/ un solo signo que nos dé sus claves/ de ser plural en una viva sombra” (Cielos entornados, 59)